martes, 14 de noviembre de 2006

LOS SIETE PECADOS CAPITALES

Por César Fraga Saura

"Cuando Brad Pitt y Morgan Freeman rodaron, en 1994, la película Seven, quizá no fueron conscientes en ese momento que los siete pecados capitales iban mucho más allá de simples crímenes y acciones salvajes propias de un asesino en serie que ese film reflejó con genialidad. Estos dos actores nunca pensarían que el origen (todas las palabras lo tienen en el latín) y la historia de estas siete palabras han reflejado a lo largo de los siglos anécdotas e historias que, en algunos casos, superan con creces la barrera de la ficción.

LA GULA, EL PECADO COMESTIBLE

La gula (cf. lat. gulam) se define cotidianamente como el exceso en la comida y en la bebida, así como el apetito desordenado de comer y beber. En estos tiempos, en los que están a la orden del día los trastornos de la anorexia y la bulimia, este vicio (o pecado, la definición está libre de interpretaciones) hubiese sido poco menos que impensable hace siglos; lo que hoy vemos como algo quizá frívolo y de mal gusto, en épocas pasadas no es que fuera considerado normal, pero sí sin motivo de burla o vergüenza. Es el propio carácter de las sociedades de las épocas la que nos enseña este concepto, en el que la abundancia siempre prima antes que la escasez y/o mesura.

La propia literatura, así como el arte, son los espejos encargados de mostrarnos a individuos con un afán desmesurado de glotonería, quedándose en el arcano si esa glotonería era o no autocomplaciente. Las primeras manifestaciones de gula (si bien sin respetar el concepto en el sentido más puro del término) se manifestaron en la cultura clásica; las Bacanales, fiestas celebradas en honor de Baco (Dioniso en la mitología griega), dios del vino, dan un primer botón de muestra, aunque el ingrediente principal de estas fiestas era el vino, pese a lo cual las manifestaciones subjetivas de la gula (embriaguez y desenfreno en sus participantes) sí se mostraban sin pudor alguno. La repugnancia y la envidia parecen ir de la mano, como si los deseos y temores se fundiesen en un mismo sentimiento que tiene miedo a aflorar.

Pero no iba a ser hasta la Edad Media cuando conoceríamos el verdadero concepto de la gula, y todo ello siempre con una mezcla de sensaciones contradictorias. Durante ésta época, la gula era considerada casi una idolatría de los paganos, como si de una divinidad se tratase, en la que la adoración al estómago era el auténtico epicentro de su catecismo. Tener (o padecer) gula implicaba flaqueza humana e imperfección espiritual, pero también tener poder, energía e incluso resistencia física. Mucho sabe de esto Gargantúa, personaje principal de la obra del mismo nombre del gran escritor François Rabelais, cuando daba cuenta de los manjares “hasta colgarle la barriga” (sic); pero, a partir del siglo XVI, la gula empezó a perder partidarios, ya que se anteponían otros valores como el goce y la mundanidad. Para un cortesano renacentista, pues, lo censurable pasaba por el exceso, pero no por la satisfacción personal.

Pero toda corriente tiene su principio y su final, y ésta llegaría a comienzos de la Edad Moderna. Aquí aparecerían los primeros escritos sobre la salud, en los que se daban pautas a seguir para el correcto funcionamiento del cuerpo, basadas en la dieta y en la buena nutrición. Este modelo fue, naturalmente, rechazado por el clero, pues seguía predicando el anatema de la gula, si bien en la práctica se erigió como un modelo ambiguo de la glotonería. La propia biología humana y el instinto de supervivencia hunden precisamente sus raíces en este trastorno; ¿es la gula una necesidad o un exceso? ¿Cómo se puede poner límite al placer cuando éste sólo proviene de una actividad necesaria?.

La evolución llegaría hasta los siglos XVIII y XIX con la aparición de la figura del “gourmet”, símbolo del concepto del buen comer como indicio de refinamiento intelectual. Los excesos físicos y morales se quedan definitivamente enterrados, dando paso a la exquisitez y al buen gusto; los “bouffes” de la Francia post-revolucionaria se convirtieron en auténticos acontecimientos sociales que ya no eran censurados por la Iglesia. La nueva conciencia gastronómica otorgaba prioridad al aspecto cualitativo de los majares, de manera que la gula, nunca mejor dicho, acabó siendo devorada por la propia evolución de los tiempos.

Hay que decir, por otro lado, que en nuestro idioma existen palabras relacionadas con la gula que parten de su misma raíz. Evidentemente quien tiene gula o se deja llevar por ella se considera un guloso (de donde parte nuestro adjetivo “goloso”), y un cultismo poco usado en nuestro idioma como es la gulosidad. Pero quienes saben mejor de esto son los niños, a los que, entre horas, les gusta comprar golosinas para matar el (supuesto) hambre que padecen, lo cual no hacen otra cosa más que golosinear. Nuestro idioma también ha creado un verbo muy particular para nuestro mundo gastronómico: gulusmear, algo muy propio que se muestra en todo cocinero (profesional o no) que se precie.

Nuestra sociedad actual ha conseguido que nuestro cuerpo ya no nos pertenezca, sino que son las propias marcas comerciales las que se han hecho dueño de él. El dedo puritano es el que condena a las personas con sobrepeso, y los cánones de belleza pasan irremediablemente por el cuidado del cuerpo y por unas pautas nutricionales casi espartanas. Se produce, pues, una dicotomía entre el yo y el cuerpo, entre lo pecaminoso y lo nutritivo; pero también tenemos una dolorosa contradicción, pues al lado de esta corriente, tenemos auténticos templos que adoran la comida excesiva, los “fast-food” (léanse McDonald’s, Burguer King, pizzerías, etc..). En nuestro país contamos con tener la ventaja de poseer la mejor dieta del mundo, la dieta mediterránea, y cada vez hay más restaurantes que ofrecen en sus cartas platos de este tipo. Pero, aun con este panorama, la gula, hoy día, se sigue viendo como un exceso motivado, fundamentalmente, por razones psíquicas; quienes la padecen son personas consideradas culpables de su aspecto, perezosas, descuidadas, incapaces de controlar sus impulsos y carentes de fuerza de voluntad. La evolución, por consiguiente, hacia este trastorno se antoja fundamental para vencerlo, porque la gula no sólo ataca a los bienes alimenticios, sino también a los mentales; como diría Montesquieu, “el hombre no es desdichado cuando tiene una desgracia, sino cuando es devorado por ella”.
Colaboración extraída de culturaclasica.com

1 comentario:

Anónimo dijo...

Enhorabuena por el blog, magníficas las recetas romanas. Confío que ponga más y que sean más detalladas.

Un saludo.